De niño viví sometido por un grupo de muchachos más grandes y más fuertes que yo. Claro, si ves alguna foto mía de ese entonces no te resultaría difícil entender por que: extremadamente flaco, pequeño y con unos ojos enormes que, modestia aparte, eran reflejo de la gran inteligencia que poseía.
Seis años de sufrimientos trascurrieron en esa agónica vida mía. Desde el primer grado hasta el sexto grado…
Sí, hasta el sexto, porque al pasar al séptimo grado, todos y quienes dedicaban las largas horas de estudio a molestarme habían aplazado en año y tendrían que quedarse a repetir. Es malo decirlo, hasta cierta vergüenza me da el recordarlo, pero ¡Qué alegría me dio que aquellos seres hubiesen reprobado!
Al llegar al séptimo grado, con mi camisita azul, siendo el mismo flaco de ojos grandes, iba con una actitud decidida… aquel que se dejaba someter de alguna manera también se había quedado en el sexto grado. El de ahora, el del séptimo, ese era un hombre nuevo, con todo lo hombre que se es a los 12 años.
Y con todas las actividades nuevas que llevan estar en un régimen nuevo, estaban los juegos de pelotita ‘e goma. Cada vez que había receso, teníamos horas libres o faltaba algún profesor salíamos a jugar. Tarea nada fácil lograr que me escogieran para algún equipo y si había mucha gente, seguro que quedaba en el equipo que la llevaba parada, y a veces ni lograba alcanzar el tiempo para llegar a jugar.
¡Qué emocionantes eran esos juegos de pelota!... Atrapadas fantásticas, “como Vizquel” decían algunos; metidas de pata, seguidas de la tradicional retahíla de insultos, en que los recuerdos a la madre no podían faltar.
Tradicionalmente jugábamos en cancha corta, con sólo dos bases y el home. Eran equipos de tres y cuatro personas máximo y había que llevarla parada mientra transcurrían los tres innings de juego ¡Buenísimo cuando jugábamos en cancha grande! Con tres bases e incluso área de jardín, de cemento, pero área de jardín al fin.
Quien haya jugado pelota debe saber que la pelota a cada rato se pierde. Por mi estatura y peso siempre era el elegido a buscar la pelota cuando iba a parar al techo del liceo. ¡Qué diferente se ve todo desde el techo!... Recuerdo que un día la pelota volvió a perderse. Nadie supo cómo, pero después del batazo, golpeó contra la pared, dio un giro raro y fue a parar a la profundidad de una alcantarilla, por el único pequeño orificio que tenía la alcantarilla, el único lugar a donde nadie quería ir a buscar.
Enseguida, como de la nada, se materializó Araque. “Tú”, dijo señalándome, “te voy a agarrar por los pies y te meto de cabeza en la alcantarilla para que agarres la pelota”. Eso, dicho por Araque, quien doblaba mi estatura y con una fuerza descomunal, era una orden imposible de rechazar.
- NO! - dije.
- ¿Cómo que no? – gritó con los ojos bañados en sangre.
- No, no me da la gana, búscate a otro - ¡increíble! No me deje someter, de verdad yo era otro.
- ¡Muchacho Gafo! – Vociferó, al tiempo que su gran manaza impactaba fuertemente contra mi cabeza.
Fue un golpe duro, pero mi alegría y mi orgullo de haberme negado mitigó cualquier posible dolor físico que me hubiera causado.
Cuando finalmente termino el juego le pregunté a Frank.
- ¿Por qué dejaste que te metieran en la alcantarilla?
- ¡Estás loco! – me dijo – ¡Araque te puede matar si le dices que no!
Regresé feliz a mi casa… que bueno que no sabía eso.
ARA-b
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